Es 21 de noviembre, un día antes a unos metros se ha
celebrado el desfile conmemorativo de la Revolución mexicana. El edificio de La
Ciudadela nuevamente ha sido tomado… pero por el Estado Mayor Presidencial para
resguardar la seguridad del Presidente de México que por la noche llegará a
reinaugurar el recinto y a entregar el premio Carlos Fuentes a Mario Vargas
Llosa.
Todo un ejército de meseros se mueve para abastecer a los
comensales. No pararán, pues después vendrá el brindis de inauguración.
16:30 horas. Se ultiman detalles en todos los espacios. En
el patio central se habilitan sillas y estrado para la ceremonia, ello bajo la
escultura Hojas de Jan Hendrix inspirado en la hoja del tabaco; otrora el patio
originalmente servía para cernir y secar el tabaco en la Real Fábrica que dio
origen al edificio. Las modernas y pulcras salas infantil y de invidentes
mágicamente han quedado listas. Estratégicamente se han tapiado los pasos a los
espacios de oficinas que aún quedan por construirse y tampoco son visibles las
crujías destinadas al acervo general de gran demanda que penosamente quedará
pendiente de habilitarse.
17:00 horas. Un par de pastores alemanes es paseado por los
pasillos de La Ciudadela. ¿Quién podría imaginar que aquí estuvo preso por
varios meses Morelos?, o ¿podría haber imaginado Morelos que el oscuro y frío
ámbito que lo resguardó y donde repasó su vida, donde quizá lloró, ahora viste
sus mejores galas para una fiesta de la cultura? Tan sólo es posible advertir a
la inmortal estatua de Morelos a unos
pasos, ya fuera, en el jardín de La Ciudadela, que por cierto no se ha visto
beneficiado con ningún remozamiento, ni siquiera iluminación ni limpieza de
contaminantes y fatales puestos ambulantes que deslucen al rebautizado
edificio.
A las 18:10 horas, ante la inquietud de los invitados que
forman una larga fila sobre la calle de Enrico Martínez (análoga a la que se
formaba por conscriptos del Servicio Militar décadas atrás), los guardias abren
una angosta reja y comienza el acceso de las personas que deben registrarse
antes de pasar por los arcos de seguridad. Por otra reja accede toda la gente
de la prensa. Hay un caos inicial e incomodidades que se disipan con los
minutos. Marcia Castro, hija del intelectual Antonio Castro Leal, cuya
biblioteca es una de las cinco que también se inauguran, exige su derecho de
paso, los policías se lo impiden y por fortuita intervención entra pero se
niega a la rigurosa revisión de su bolso, ella sólo exclama ¡¿por qué?, ¿por
qué?!, y hasta muestra copias de manuscritos y de portadas de los libros de su
padre que abraza con tesón; los elementos de seguridad se rinden ante el
legítimo derecho constitucional de no ser molestada en sus pertenencias, pero
que regularmente es pisoteado en aras del control.
Más de 800 personas ocupan asientos y espacios de pie en el
patio. Poco después de las 19:00 horas parece que un despreocupado viejo se ha
rezagado para entrar al recinto y con toda tranquilidad camina solo por el
pasillo rumbo al estrado principal y entonces estalla un aplauso común al
descubrir al galardonado escritor.
Viene inmediatamente después la entrada del Presidente y su
esposa, el himno de rigor y los largos y sentidos discursos, entre ellos el de
Jaime Labastida, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, quien pondera
el nuevo premio y le avizora la mayor de las importancias, ello frente al
desportillado Premio de la FIL. Mario Vargas Llosa recibe el premio de las manos
presidenciales y emocionado lee su discurso, en el que destaca el valor del
arte y la literatura y expresa “que los denominadores comunes de los seres
humanos son más profundos y permanentes que sus diferencias”. Por supuesto se
deshace en elogios para Carlos Fuentes.
El también recordado filósofo mexicano (fundador y primer
director de la biblioteca: José Vasconcelos), mantiene su espíritu en alto en
el lugar mismo donde entregó su lucidez, su trabajo y en el que incluso vivió.
La Ciudad de los Libros queda inaugurada a las 20 horas con
56 minutos y la comitiva presidencial realiza un recorrido por las nuevas salas
mientras los asistentes disfrutan de los bocadillos y bebidas que prestos los
meseros reparten. Hay relajada plática, saludos, convivencia y satisfacción
entre los concurrentes.
Poco a poco la noche apaga los murmullos de la fiesta y los
invitados comienzan a retirarse. Una luna creciente ilumina el sitio, donde
también por contrastes de la historia se apagaron muchas vidas, entre ellas la
de Gustavo Madero, torturado al pie del monumento a Morelos.
No obstante, muchos espíritus encabezados por los tres
distinguidos personajes –Morelos, Gustavo Madero y Vasconcelos—, esta noche
emanan un aliento de paz y resguardan el sitio otrora símbolo de la ignominia,
hoy de la nutriente lectura.
Tan sólo en unas horas un ejército de bibliotecarios y
trabajadores operativos habrán de reanudar su trabajo en aras de un servicio
público y cientos de estudiantes e investigadores podrán acceder a los libros
en búsqueda de conocimiento y placer, así como a múltiples extensiones de la
cultura, como lo serán las exposiciones, conciertos, proyecciones fílmicas,
obras teatrales, y todo aquello imaginable en el ámbito de la cultura. Sí, una
ciudad viva.
*Fragmento del artículo publicado en la revista electrónica
Opera Mundi, 25 de noviembre de 2012.