21 de noviembre de 2012

Crónica de una Ciudadela rescatada*

Es 21 de noviembre, un día antes a unos metros se ha celebrado el desfile conmemorativo de la Revolución mexicana. El edificio de La Ciudadela nuevamente ha sido tomado… pero por el Estado Mayor Presidencial para resguardar la seguridad del Presidente de México que por la noche llegará a reinaugurar el recinto y a entregar el premio Carlos Fuentes a Mario Vargas Llosa.
  Todo un ejército de meseros se mueve para abastecer a los comensales. No pararán, pues después vendrá el brindis de inauguración.
  16:30 horas. Se ultiman detalles en todos los espacios. En el patio central se habilitan sillas y estrado para la ceremonia, ello bajo la escultura Hojas de Jan Hendrix inspirado en la hoja del tabaco; otrora el patio originalmente servía para cernir y secar el tabaco en la Real Fábrica que dio origen al edificio. Las modernas y pulcras salas infantil y de invidentes mágicamente han quedado listas. Estratégicamente se han tapiado los pasos a los espacios de oficinas que aún quedan por construirse y tampoco son visibles las crujías destinadas al acervo general de gran demanda que penosamente quedará pendiente de habilitarse.
  17:00 horas. Un par de pastores alemanes es paseado por los pasillos de La Ciudadela. ¿Quién podría imaginar que aquí estuvo preso por varios meses Morelos?, o ¿podría haber imaginado Morelos que el oscuro y frío ámbito que lo resguardó y donde repasó su vida, donde quizá lloró, ahora viste sus mejores galas para una fiesta de la cultura? Tan sólo es posible advertir a la  inmortal estatua de Morelos a unos pasos, ya fuera, en el jardín de La Ciudadela, que por cierto no se ha visto beneficiado con ningún remozamiento, ni siquiera iluminación ni limpieza de contaminantes y fatales puestos ambulantes que deslucen al rebautizado edificio.
  A las 18:10 horas, ante la inquietud de los invitados que forman una larga fila sobre la calle de Enrico Martínez (análoga a la que se formaba por conscriptos del Servicio Militar décadas atrás), los guardias abren una angosta reja y comienza el acceso de las personas que deben registrarse antes de pasar por los arcos de seguridad. Por otra reja accede toda la gente de la prensa. Hay un caos inicial e incomodidades que se disipan con los minutos. Marcia Castro, hija del intelectual Antonio Castro Leal, cuya biblioteca es una de las cinco que también se inauguran, exige su derecho de paso, los policías se lo impiden y por fortuita intervención entra pero se niega a la rigurosa revisión de su bolso, ella sólo exclama ¡¿por qué?, ¿por qué?!, y hasta muestra copias de manuscritos y de portadas de los libros de su padre que abraza con tesón; los elementos de seguridad se rinden ante el legítimo derecho constitucional de no ser molestada en sus pertenencias, pero que regularmente es pisoteado en aras del control.
Más de 800 personas ocupan asientos y espacios de pie en el patio. Poco después de las 19:00 horas parece que un despreocupado viejo se ha rezagado para entrar al recinto y con toda tranquilidad camina solo por el pasillo rumbo al estrado principal y entonces estalla un aplauso común al descubrir al galardonado escritor.
  Viene inmediatamente después la entrada del Presidente y su esposa, el himno de rigor y los largos y sentidos discursos, entre ellos el de Jaime Labastida, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua, quien pondera el nuevo premio y le avizora la mayor de las importancias, ello frente al desportillado Premio de la FIL. Mario Vargas Llosa recibe el premio de las manos presidenciales y emocionado lee su discurso, en el que destaca el valor del arte y la literatura y expresa “que los denominadores comunes de los seres humanos son más profundos y permanentes que sus diferencias”. Por supuesto se deshace en elogios para Carlos Fuentes.
  El también recordado filósofo mexicano (fundador y primer director de la biblioteca: José Vasconcelos), mantiene su espíritu en alto en el lugar mismo donde entregó su lucidez, su trabajo y en el que incluso vivió.
La Ciudad de los Libros queda inaugurada a las 20 horas con 56 minutos y la comitiva presidencial realiza un recorrido por las nuevas salas mientras los asistentes disfrutan de los bocadillos y bebidas que prestos los meseros reparten. Hay relajada plática, saludos, convivencia y satisfacción entre los concurrentes.
  Poco a poco la noche apaga los murmullos de la fiesta y los invitados comienzan a retirarse. Una luna creciente ilumina el sitio, donde también por contrastes de la historia se apagaron muchas vidas, entre ellas la de Gustavo Madero, torturado al pie del monumento a Morelos.
  No obstante, muchos espíritus encabezados por los tres distinguidos personajes –Morelos, Gustavo Madero y Vasconcelos—, esta noche emanan un aliento de paz y resguardan el sitio otrora símbolo de la ignominia, hoy de la nutriente lectura.
  Tan sólo en unas horas un ejército de bibliotecarios y trabajadores operativos habrán de reanudar su trabajo en aras de un servicio público y cientos de estudiantes e investigadores podrán acceder a los libros en búsqueda de conocimiento y placer, así como a múltiples extensiones de la cultura, como lo serán las exposiciones, conciertos, proyecciones fílmicas, obras teatrales, y todo aquello imaginable en el ámbito de la cultura. Sí, una ciudad viva. 


*Fragmento del artículo publicado en la revista electrónica Opera Mundi, 25 de noviembre de 2012.