Fue una jornada poética intensa y festiva. El Foro polivalente Antonieta Rivas Mercado recibió al maestro Eduardo Lizalde (próximo a cumplir 85 años de edad) y a los presentadores de la nueva edición de su libro de poemas El tigre en la casa.
Acompañaron a la mesa al poeta y actual director de la Biblioteca de México, Vicente Quirarte, Édgar Amador y el moderador Mario Bojórquez.
Eduardo Lizalde y la poesía del resentimiento
Por Mario Bojórquez
(Prólogo del libro)
Cuando
leemos un poema estamos leyendo toda la poesía universal, este trabajo en
colaboración, implica al idioma y a la experiencia vital del hombre sobre la
tierra. Cuando leemos a un poeta, leemos también a aquellos otros que dieron
testimonio de su vida y aún más, los poemas que aún no han sido escritos por
autores que aún no nacen. En la poesía de Eduardo Lizalde encontramos rasgos
inequívocos de la obra del poeta mexicano Ramón López Velarde, esta influencia
ha sido analizada y comentada por la crítica a partir de la publicación
de El tigre en la casa y confirmada en Caza Mayor, La
zorra enferma y otros libros. La figura del tigre se ha dicho, le
ha llegado a Borges por William Blake y a Lizalde por Rubén Darío, esto puede
ser cierto, de Jorge Luis Borges sabemos su gusto por el trocaico tigre que “en
las selvas de la noche es un brillo ardiente” y en Lizalde recordamos su
diálogo con Darío en “las fieras se acarician, Rubén, / bajo las vastas selvas
primitivas” que nos remiten al poema Estival, sin embargo, nosotros
creemos que es del texto Obra maestra de Ramón López Velarde,
que viene su final filiación. Vicente Quirarte ha apuntado a principios de la
década de los noventas: “El tigre es el gran mendigo cósmico, el solterón
lopezvelardeano, el de la inaudita belleza que atrae y que repugna” y en otro
momento Ramón Xirau se refiere así a El tigre en la casa: “Nace,
ahora cercana a López Velarde —nuevamente punto de partida— “la amada”, pero
surge en el “resentimiento” —¿se trata de un re-sentimiento, un nuevo sentir?”.
Sí, nos parece que se trata de un nuevo sentir, pensamos que la poesía de
Eduardo Lizalde ha renovado el discurso amoroso en la poesía española
contemporánea, ha logrado inyectarle esa fiereza que viene deObra maestra,
esa desesperación que en el vértigo se abisma, ese girar sobre el signo del
infinito. Desesperado, furioso, colérico, conocedor de la potencia que la
naturaleza ha dispuesto en su semilla, pero al mismo tiempo excedido por no
lograr la perfección, la indigencia espiritual que en racimos de ira, de odio
en peso, en vilo, lacera las paredes del alma, injerta garras de amargo y
dorado odio. Ya la perra enorme ha dado al dogo fiel, vástagos de puerca
en El tigre en la casa, en Caza Mayor la tigra
destruirá a la camada y compartirá, con el tigre real, el amo, el sol, el solo,
el soltero las tiernas carnes del filicidio. En López Velarde leemos “El tigre
medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se
da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del
infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra
los barrotes, sangra de un solo sitio. El soltero es el tigre que escribe ochos
en el piso de la soledad”. He aquí retratada la fiereza del tigre de Eduardo
Lizalde, su descarnada furia, que destruye porque la piedad no es un atributo
de la belleza, aquí su maquinal fatalidad, su engrasada maquinaria de odio y de
placer rencoroso, aquí el retrato del tigre-soltero: “El tigre en celo, es como
un pozo de semen, como un brazo de río; más de cincuenta veces en un día,
copula y se descarga largamente en la hembra, como un cielo extendido en
éxtasis perpetuo, una tormenta de erecciones.”
Un poeta romántico mexicano casi desconocido para
las nuevas generaciones, un autor digamos de culto, es quizá, una de las
fuentes del lenguaje injuriante en la poesía mexicana. Muchos poetas nuestros
han establecido una suerte de diálogo con la obra de Antonio Plaza, pero
será sin duda, el poeta Eduardo Lizalde quien mejor reflejará esta influencia
literaria, su libro El tigre en la casa, conserva rasgos
definitivos de la escritura de A una ramera, el tema de la amada
como el ser más vil y vicioso: en Plaza, la ramera, en Lizalde, la perra: “La
perra más inmunda /Es noble lirio junto a ella / Se vendería por cinco tlacos a
un caimán / Es prostituta vil, artera zorra / Y ya tenía podrida el alma a los
cuatro años. / Pero su peor defecto es otro: / Soy para ella el último de los
hombres.”
Mientras
que en Antonio Plaza reconocemos la devoción del amor por un ser manchado en el
desprecio social, en Eduardo Lizalde esta visión se ha modernizado, incide en
el destino de un hombre que ha tenido que sutilizar su amorosa entrega a
alguien por quien él mismo siente ese desprecio: “¡Ámame tú también! seré tu
esclavo, / tu pobre perro que doquier te siga. / Seré feliz si con mi sangre
lavo / tu huella, aunque al seguirte me persiga / ridículo y deshonra; al cabo,
al cabo, / nada me importa lo que el mundo diga. / Nada me importa tu manchada
historia / si a través de tus ojos veo la gloria.”
En sus poemas “Lamentación por una perra” y “La
ciudad ha perdido su Beatriz”, Eduardo Lizalde consigue ir más allá en el uso
violento del lenguaje con expresiones que causan pasmo en el sorprendido
lector: “También la pobre puta sueña. / La más infame y sucia / y rota y necia
y torpe, / hinchada, renga y sorda puta, / sueña.” Con expresiones de amargo y
ácido desencanto va colocando el repertorio de injurias “despreciable perra”,
“cloaca ambulante” “perra innoble” “perra sin límites” “perra impune” y aún las
prostitutas al lado de esa “perra” se ven como decentes señoritas: “¡Grandes
hetairas, / qué pequeñas sois junto a ella! / qué despreciables, / qué puras.”
En tanto que Antonio Plaza se logra una mezcla agridulce de injurias y devoción
enferma evidenciado en el uso del contraste, tal como en Petrarca reconocemos
el tema de los contrarios en el amor con su Pace non trovo…, donde
a cada proposición positiva en el discurso se alterna una proposición negativa
en sus valores más eminentemente morales: “Mujer preciosa para el bien nacida,
/ Mujer preciosa por mi mal hallada, / Perla del solio del Señor caída / Y en
albañal inmundo sepultada; / Cándida rosa en el Edén crecida / Y por manos
infames deshojada; / Cisne de cuello alabastrino y blando / En indecente
bacanal cantando.”
Una de
las figuras plásticas más impresionantes en la obra de Eduardo Lizalde, es la
de la mutilación y el desgarramiento, en el poema 3, del Retrato
hablado de la fiera, dice: “que el amor era una fiera lentísima: / mordía
con sus colmillos de azúcar/ y endulzaba el muñón al desprender el brazo”, y en
el poema Bellísimade La zorra enferma afirma: “Si
fuera usted un poco menos bella / si tuviera un defecto en algún sitio / un
dedo mutilado y evidente.” Y más adelante insiste: “Y desespera comprender /
que aun la mutilación la haría más bella/ como a ciertas estatuas.” La
referencia mexicana a este uso poético donde se unen belleza y mutilación la
podemos encontrar en un hermoso poema, Delicta Carnis de Amado
Nervo, donde el poeta nayarita se duele en oración por su alma que se pierde
entre los tormentos de la pasión carnal, rechaza a la Afrodita impura para
alcanzar el sosiego de los justos, pero en sueños temibles, la Venus de Milo lo
persigue y desea: “Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo, / y en mis
noches, pobladas de febriles quimeras, / me persigue la imagen de la Venus de
Milo, / con sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo / y las combas
triunfales de sus amplias caderas.”
Cuando leemos un poema, leemos también de nuevo al
hombre en su simpleza, en la modesta convencionalidad no heroica de sus ínfimos
actos, leemos en ese verso la misma pulsión que gobernó el latido del aeda, y
leemos al poeta futuro, aquel que volverá a cantar con nuevos acentos las
melodías antiguas. Cuando nos acercamos a la obra de un poeta verdadero, como
Eduardo Lizalde, nos acercamos a la historia del alma humana.
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